He aquí las claves para entender cómo funciona el sistema electoral estadounidense, a quiénes beneficia y a quiénes perjudica y cuáles son las vías para cambiarlo.
Joe Biden no ganó las elecciones de 2020 porque alrededor de 7 millones de votantes lo eligieran por delante de Donald Trump. La victoria provino de unos 200.000 votantes en un puñado de los llamados “estados bisagra”. En 2000 y 2016, los candidatos republicanos que perdieron el voto popular, George W. Bush y Donald Trump, ganaron en el colegio electoral. Esto está claro incluso para un observador casual, pero existe un fenómeno similar en el Congreso. Los senadores republicanos, que actualmente controlan el Senado con una ligera mayoría, representan a unos 20 millones menos de estadounidenses que sus homólogos demócratas.
Por lo tanto, por gobierno de la minoría no me refiero a uno en minoría en el modo en el que se dan en los sistemas parlamentarios, sino más bien a que se trata del gobierno de una minoría de gente. El Gobierno de Estados Unidos, especialmente el sistema electoral y el propio Congreso, otorga más peso y por lo tanto más poder a los ciudadanos que residen en áreas y estados menos poblados. Esto coloca en desventaja a los ciudadanos de zonas urbanas y de los estados con grandes poblaciones. Esa es la razón de que Biden tuviera que ganar una mayoría popular tan grande para asegurarse la victoria en el colegio electoral y también es el motivo de que para los demócratas sea tan difícil, quizás imposible, controlar el Senado. Y es la razón de que Trump fuera presidente durante cuatro años a pesar de que la mayor parte del país estaba horrorizada con él.
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