Las imágenes de una turba furiosa asaltando un edificio gubernamental e interrumpiendo un proceso electoral no son algo tan extraordinario. Las vemos a todas horas en los telediarios. Pero no en los Estados Unidos, la ciudad sobre la colina. No, este tipo de cosas no habían pasado nunca en los Estados Unidos. Hasta que han pasado.
Es exactamente el mismo tipo de escena horrorosa que me vino a la cabeza ese día de noviembre de 2016 en que Donald Trump fue escogido 45º presidente de los Estados Unidos. Parecía algo apocalíptico. Y lo fue.
Durante los últimos cuatro años, Trump ha degradado y pervertido la democracia americana, y especialmente la institución de la presidencia, con su constante verborrea mentirosa y su desprecio por la Constitución. El presidente también ha destrozado uno de los dos grandes partidos americanos, el Republicano, conocido como el Grand Old Party: el Viejo Gran Partido.
Pero aunque Trump carga con una enorme responsabilidad por este final pesadillesco de sus años en la Casa Blanca, apenas dos semanas antes de su abandono de la presidencia, el todavía presidente de los Estados Unidos es sólo un síntoma de un problema mayor.